EL
ORO DE MIDAS
Midas era hijo del rey del país de
Frigia. Ese país estaba bendecido por los dioses.
Desde el principio estaba claro que
Midas estaba destinado a ser rico. Supieron que iba a ser rico porque, cuando
Midas era tan solo un bebé, las hormigas le llenaron la boca de semillas de
trigo. Eso significaba que iba a ser muy rico.
Fue cierto, Midas fue un hombre
exageradamente rico. De saber que tenía tanta suerte, Midas les dijo a sus
criados que le plantasen un trillón de rosas en su jardín. Era precioso
contemplar ese rosal. Cuando una noche pasaba por ahí Dionisos, el dios del
vino y las fiestas, acompañado de su séquito, como siempre bailando y cantando,
se dejó a uno de sus amigos en el jardín de Midas. Éste se llamaba Sileno. Y
Midas lo trató estupendamente.
Cuando Dionisos supo que lo había
cuidado tan bien fue a compensarle por su amabilidad. Midas fue tan idiota de
pedir que todo lo que tocase se convirtiese en oro.
Una mañana, como siempre, su hija iba a
darle un abrazo y la hija se convirtió en una reluciente estatua de oro. Lo
mismo pasó con su perro y con la comida. Midas se dio cuenta del error, así
que, arrepentido, fue a pedirle consejo a Dionisos. Éste le dijo que se tenía
que bañar en las aguas del río Pactolo. Midas siguió sus instrucciones y se
salvaron él y su hija.
Midas ya no tuvo ese poder y así se
acaba la historia del torpe de Midas.
Escrito por: ELYOT TOMAS POPESCU - 5º B
Dibujo realizado por Alejandro Ruiz Yubero |
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